Uno se despierta en la mañana. Decide
esta mañana dormir veinte minutos más. Ese día sale tarde ya al trabajo, ha
estado teniendo problemas en el mismo. Así que se apresura. En el camino, no
permite el paso al otro, él tiene que ser el primero. Y mientras desayuna
manejando se distrae un momento, en ese descuido golpea al de enfrente.
Mientras que en su estómago se le aprieta todo el estrés. Su cabeza le empieza
a doler. El chofer de adelante ya salió a preguntarle con tono elevado: ¿Qué no
se fijó? Entre otras cosas más. Y los demás autos de atrás, cada uno pasa como
en cámara lenta, disminuyendo la velocidad a su lado para gritarle su
respectiva grosería, verbalmente y también con el claxón. En ese momento ese
hombre del auto golpeado y retrasado, siente como so quisiera explotar y
desaparecer.
Ella se mira
al espejo retrovisor. Esa mirada franca de rendida. Sus ojos tienen ojeras, su
mirada cansada. Lleva una hora en el tránsito pesado. Ya llegó tarde. En efecto
había salido a tiempo de su casa, se había levantado a la hora, incluso pudo
desayunar bien. Sin embargo, ahí estaba. Mirándose al espejo, rendida. Ya
llevaba una hora de retraso, una hora por un tránsito lento. Minutos después
ella pasa al lado de un accidente. Se exaspera, grita, se va. Acelera. Estaciona
su coche en su destino. Corre a su salón. Toca a la puerta dos veces y de
inmediato abre la puerta. Asoma su cabeza al interior del salón. Pide permiso
para entrar, permiso que no le conceden. Ella trata de explicar. El instructor
no quiere escuchar razones. Ella se queda por un momento esperando que cambie
de parecer. Él a punto de regresar a clase, le pide que se vaya y cierre la
puerta. Es un mal día para ella. Está estresada. Y en un arrebato, le contesta
en un tono más arriba. Empieza una pelea verbal, alumna-maestro. De esas que
acaban con una puerta azotada. Sale con paso firme al pasillo. El coraje la
lleva a las lágrimas, se tapa los ojos, no quieren que la vean llorando. Ya no
sabe lo que siente exactamente. Sólo quiere desaparecer.
Él llega a
casa con el sabor amargo de la clase. El maestro no recibe muy bien a su mujer
ese día. Ellos también tienen una discusión, de esas que llegan de sorpresa, de
la nada, de pronto uno se da cuenta que de nuevo está en una riña. La riña se
pausa. Un momento de silencio, pequeño, de pocos segundos. Él se da cuenta que
tiene el impulso de acabar la riña golpeándola. Ella percibe el impulso. Ya se
conocen de hace tiempo. Incluso ella puede ver la violencia en sus ojos. Él
incapacitado frente a sus emociones. No lo hace. No la golpea. Se siente
impotente. Desnudo. Pero ella si reacciona. Se va. Se va de su vida. Toma sus
cosas y se va. Él la mira irse por la puerta. Se disculpa. Se disculpa tanto
que se queda ya sin palabras. Ella sale por la puerta y él quiere desaparecer.
No sabía como
sentirse ella. No sabe qué hacer. Divorcio. Si se había sentido, no insegura,
otra palabra. Inquieta. Si se había sentido inquieta por cambiar su
"estatus social" por "señora", ahora se siente cada vez más
ajena a "divorciada", más ajena al mundo y a ella misma. Camina por
las calles como perdida. No se da cuenta si quiera de sus acciones. Incluso no
se dio cuenta que ese día, en el metro. Ella peleo por un asiento. Aventó a un
chico, un chico de traje. Lo empujó para ganarle un lugar en el metro. Le ganó
el asiento al lado de una chica, de la estudiante. La esposa del maestro se
sentó en medio de dos destinos. La ex esposa del maestro ya tenía días
queriendo desaparecer.
Lo que no
sabían es que el chico del traje, el chico del accidente pudo haber entablado
una conversación con la estudiante reprobada. Pudieron haberse acompañado sus
soledades. Pero ahora todos eran transparentes, como fantasmas, desapareciendo
el uno al otro. Deseando que algo les cambie la vida para bien. Pero sin darse
cuenta de que un cambio de actitud los pudo haber llevado por un camino
distinto. Desaparecemos en un efecto mariposa, cuando dejamos que las olas de
acciones nos arrastren. Pero siempre podemos elegir otra cosa. Ser otra cosa.
Siempre podemos empezar al mismo tiempo otro tipo de olas. Unas por ejemplo, de
una sonrisa.
Una sonrisa
puede cambiar nuestro mundo también, y para siempre.
Enrique
Burgot
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