martes, 4 de diciembre de 2012

El nuevo comienzo


[…] Quien ha visto la Esperanza no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre.

Octavio Paz

En momentos como estos, hacen falta guías, hacen falta esas voces que nos recuerdan de dónde venimos, hacia dónde vamos, que nos enseñan que el caos es pasajero, que el dolor y el llanto no permanecen, y que hay manera de enfrentar la realidad. Cuando uno no sabe a dónde ir o cómo articular las palabras y darle forma al pensamiento, es cuando hay que abrir esos viejos libros, los cuadernos de antaño, y recobrar los recuerdos que nos construyen y nos dan fuerza. Hoy yo he vuelto a Octavio Paz, preguntándome qué diría, si sería capaz de nuevo de renunciar a su cómodo puesto público como una forma de protesta ante los hechos del momento. Los tiempos, es cierto, son muy otros, aunque a veces el chofer que conduce el carro del tiempo nos gaste pesadas bromas y nos conduzca por senderos tan parecidos a los que ya hemos recorrido. Octavio, es cierto, fue un hombre, lleno de luces y también de sombras, un hombre que amó y que fue amado y un hombre que quizá también odió; uno como nosotros, uno capaz de entender un pedazo de universo y legárnoslo. Los líderes no son infalibles, no son tampoco seres que con su sola voz y presencia habrán de arreglarlo todo. Los líderes son simplemente seres que han podido comprender un aspecto de esa gran imagen que es el universo, para poder ayudarnos a verla, a desentrañarla y decodificarla. Cada uno, querámoslo o no, tenemos la obligación de interpretar esa gran pintura que cada minúscula o enorme parte del universo ha trazado.

El sábado fue un día de esos que uno tarda mucho tiempo en asimilar, que la historia, apenas muchos años después, comienza a dibujar para poder ofrecer una imagen clara. Hay todavía sentimientos demasiado encontrados, imágenes y pensamientos que no acaban de asentarse. Después de un año, justamente a un año de ser vilipendiado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, por su ignorancia, Enrique Peña Nieto subió al poder en medio de un operativo de seguridad como pocas veces se había visto en México. Fuera del búnker que el presidente se hizo armar provisionalmente, manifestantes se enfrentaron contra uniformados dispuestos a hacer cualquier cosa si se les ordenaba, muchos con ganas de “partirles la madre” a los manifestantes nomás les dieran chance. Los heridos, los detenidos y los muertos, no faltaron durante la jornada. Como espectadores, quienes no gozamos de una invitación o acreditación oficial, veíamos primero a los diputados de uno y otro partido discutir airadamente sobre lo que ocurría afuera y pelearse la tribuna. Al final, la discusión terminó en la imagen de Felipe Calderón besando la banda presidencial a manera de despedida, para luego ver como Peña Nieto la portaba diciendo esas palabras masónicas que forman parte del discurso de los funcionarios públicos en México al asumir un cargo de representación popular: “y si así no lo hiciere que la nación me lo demande”.

Desde las redes sociales era posible vivir otros acontecimientos. Se hablaba de un muerto, de los enfrentamientos entre uno y otro lado de la valla y también de una nueva movilización al centro histórico de la Ciudad de México. Peña, anunciaba, daría su primer discurso como presidente en Palacio Nacional. Y mientras él, frente a una comitiva que lo mismo incluía estrellas de la farándula mexicana, políticos, empresarios y nobles extranjeros, hablaba sobre sus flamantes ejes y estrategias de gobierno —que mucho recordaban las propuestas de campaña de AMLO—, afuera se libraba una batalla campal que estaba incluso acabando con el esfuerzo de 6 meses del gobierno capitalino para remozar la Alameda. México gritaba consignas en contra del nuevo gobierno.

Los desmanes acabaron pronto. Por supuesto, los comunicadores, tan dados a guiar las conciencias de los ciudadanos a la hora de informar, no pudieron esperar para dar sus impresiones sobre lo que sucedía: que si los inconformes eran miembros del movimiento Yo Soy 132, que si eran los partidarios de AMLO, que si después de todo habían dejado de ser pacíficos… un sinfín de juicios que juntos hacían imposible que el ciudadano pudiera asimilar lo que sus ojos veían. Las imágenes de Avenida Juárez, llenas de cristales, tiendas saqueadas y el Hemiciclo luciendo consignas revolucionarias, mientras Bellas Artes se alzaba en medio del humo y las macanas y escudos de los uniformados, nos transportaban a una realidad que no alcanzábamos a dilucidar. México, al parecer, ardía.

Luego de los hechos, comenzaron a difundirse las opiniones de los expertos y de los no tan expertos, los comentarios en las redes sociales, las discusiones y, sobre todo, los juicios. La población, en su mayoría, se sentía indignadísima por lo que había ocurrido al patrimonio de la nación. Esos vándalos merecían todo el peso de la ley. Ya era demasiado que encima de que no se ponían a trabajar, dañaran así el patrimonio nacional. Ciertamente el Hemiciclo a Juárez, la Alameda, Bellas Artes, son todos nuestros y duele verlos lastimados, pero a veces olvidamos que la memoria no son las piedras y que la historia, por más bellas que sean sus obras, no vale sin los motivos que le dieron cauce. En cambio, a veces resulta extraño que no nos duelan más los muertos, la indignidad, la permanencia y el atraso. Eso, al mexicano común, incluso al mexicano “educado”, no le duele. Como dice mi mamá, nos duele más la camisa que el pellejo.

Y sí, ciertamente, es importante mantener el orden, el respeto pero, ¿a costa de lo que sea? En un país ensangrentado como el nuestro, la violencia no puede ser el recurso, no debe serlo. El problema es que aquí, antes de juzgar, de analizar, ya estamos repartiendo sentencias, ya estamos buscando criminales. No somos capaces de ponernos en los zapatos del otro, pero sí de juzgar, sí de calificar. Eso se nos da fácil. Las cosas, como son, lo negro es negro y lo blanco es blanco ¿Será?

De pronto asalta la sensación de que esto es irreal, que no es posible que estén sucediendo cosas tan parecidas a las que se suponía que ya habíamos dejado atrás. No, no es posible que sea tan fácil manipular a la gente y lograr que piense lo que más conviene a un determinado grupo de poder y que lo haga incluso sin ser manipulada, totalmente convencida de que así debe de ser. Tenemos redes sociales, ¿no es así? Se suponía que el mundo ya no podía ser igual. Por desgracia, nunca trabajamos antes ni por la educación, ni por los valores ni por nada que cambiara nuestras mentes. Las mentes de los mexicanos siguen siendo las mismas, ahora es más visible el pensamiento y los valores de la masa, la esencia no ha cambiado.

Y no cambia porque aunque durante 6 años hayan muerto miles de personas y en las calles se hayan aprehendido a inocentes entre los que sí tuvieron la intención no sólo de destruir, sino de provocar con ello el descontento social para beneficiar una u otra causa, los mexicanos seguimos muy preocupados por el vestido de la Gaviota durante la comida con líderes mundiales, o lo guapo que se ve el príncipe de Asturias que ni príncipe nuestro es. Nos internacionalizamos recibiendo gente tan destacada. ¿Y qué importa, si el país es el precio que debemos pagar por tener una familia presidencial tan guapa? Al menos, recibimos a gente tan bonita como el “príncipe” en el Castillo de Chapultepec. Los vándalos esos que atentan contra lo más bello que tiene México merecen morir, no importa que sean seres humanos, deben ser aplastados como ratas. ¿De verdad esos son los valores de la gente bien del país? Creer que todos son vándalos, como creer que todos fueron criminales, hace más sencillo todo, así, el juicio es unánime "se lo merecen".

Estamos aislados, quienes creemos que la realidad debe cambiar vivimos en la irrealidad. La realidad es esa que está más allá de la Ciudad de México, fuera de las redes sociales. La pluralidad de ideas no está en las redes sociales, porque hay quien ni siquiera tiene una computadora para tener voz. Aún así, la esperanza, la esperanza sobrevive. Está en nosotros crear un mundo donde esté de moda ser sensible, donde sea bien visto luchar y exigir nuestros derechos, está en nosotros.

Damiana.

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