martes, 18 de diciembre de 2012

La educación como única y verdadera arma





Mucho se ha hablado sobre la importancia de la educación para el desarrollo. Tanto, que da la impresión de que es un tema obsoleto o mínimamente superado. Sin embargo, la realidad es muy otra. Hoy más que nunca, la educación es un tema vital, importante como siempre y como nunca antes. Sobre todo si hablamos de México.

Ya sabemos que la realidad nacional no es halagüeña, hemos hablado incansablemente sobre lo que sucede. No dejaremos de hacerlo —ahora menos que nunca—. Y no piense que el activismo digital, que crea nuevos medios o actualiza sus estados en redes sociales es inútil. Inútil sería quedarse a mirar lo que pasa sin hacer ni decir nada. Quien publica inicia un diálogo y un diálogo abierto es siempre una forma de reflexionar, de aprender y de conocer. “A quien no habla, Dios no lo oye”, reza el viejo dicho. Y es por eso precisamente que el activismo que quienes participamos en medios como este realizamos, tiene sentido, porque al hablar, al darle a conocer una parte de lo que nosotros vemos o simplemente poner ante su juicio y análisis nuestra opinión y nuestra voz, nosotros aprendemos y damos pie a que otros conozcan. Así que la próxima vez que escuche o lea algo así, sepa que el silencio es lo verdaderamente inútil.

Así pues, hoy en día, conocer, informarse, hablar y reflexionar, son asuntos de vida o muerte —sí, porque el alma y el pensamiento pueden morir si no son usados, si no son requeridos—. Vivimos una era en la que todo, o casi todo, ha sido digerido y entregado al consumidor para que simplemente lo trague, evitándole a veces incluso la labor de masticación —ya no digamos de digestión—. Nuestros cerebros son incansablemente bombardeados de manera masiva con contenidos de dudosa calidad, refritos una y otra vez en el aceite espeso del letargo institucional y la nula participación social.  Y así como el cuerpo envejece y enferma de a poco con comidas baratas y rápidas que atrofian sus sistemas circulatorios, así el espíritu de la mayoría se consume: a través de medios informativos que difunden mensajes simples, rapiditos, fáciles de masticar, para que el espectador no tenga que tomarse siquiera la molestia de analizar o hasta leer mucho, de curiosear e investigar si algo llama su atención. No, lo importante aquí es tragarse rápido la información y luego convertirse en dispersor de la misma. De ahí que sea tan común escuchar una y otra vez las mismas frases, tipo: “el cambio empieza en uno mismo”, “hay que ponerse a trabajar y dejar de estar fregando”, etc. Así, mensajes y decálogos que se convierten en paradigmas y que benefician a unos cuantos, resuelven cualquier tarea de pensamiento que el individuo tenga que realizar. No es de extrañar entonces que no sólo un sistema político, sino también todo un estilo de vida, prevalezcan a pesar de saber y haber probado una y otra vez que son caducos, insanos y hasta nocivos para la salud de nuestras almas y el desarrollo de nuestras sociedades.

Y ante ese panorama, la pregunta y la respuesta son obvias: ¿qué podría cambiarlo? La educación. Una educación que no se puede circunscribir a las escuelas, que va más allá de nuestra profesión o aquello a lo que nos dedicamos. La educación es mucho más que aprender cosas en la escuela —al final, lo que se enseña en las escuelas, también obedece a paradigmas e intereses institucionales bien definidos, que no pretenden ser removidos, sino permanecer— se trata de mantenerse constantemente curioseando, investigando, analizando. Se puede aprender de todo, es verdad, pero mientras no tengamos la disponibilidad y la apertura para hacerlo, difícilmente eso ocurrirá.

El amor por el conocimiento no nace de la nada. Son los padres quienes deben inculcar en los niños el hábito de la lectura, pero no sólo eso, yo diría que el hábito del cuestionamiento. La información puede obtenerse en muy distintos y muy variados medios. Un libro no necesariamente es la respuesta —claro que por su naturaleza, suele ofrecer mayores ventajas que cualquier otro medio—. Quien tiene la capacidad de cuestionar, de analizar, puede aprender donde sea. Quien no, aún cuando tenga frente a sí al más maravilloso trabajo artístico, la novela más excepcional o el hallazgo científico más sorprendente, poco podrá aprender.

La educación es un valor que nos distingue, que nos hace fuertes. Gran lección recibimos los mexicanos cuando, en una feria internacional del libro, quien es ahora nuestro presidente, no supo contestar qué libros lo habían marcado. Así pues, hoy vemos que la única manera de ser diferentes, de no caer en los vicios sociales que nos rodean, es la educación. La educación nos lleva a formarnos una opinión fortalecida en razonamientos, en una lógica que apuntala conceptos, ideas, y no en paradigmas y frases hechas que resuelven cualquier cosa, que impiden mirar y entender, como analgésicos o aspirinas que no nos dejan ver qué está pasando dentro nuestro, qué enfermedad comienza a carcomer nuestras neuronas, nuestras almas.

Educarse es un modo de vivir. Quien no es capaz de aprender por sí mismo, más allá de lo que obtiene institucionalmente, está condenado a repetir una y otra vez los mismos paradigmas, a satisfacer los intereses de otros y no los suyos propios, aunque crea que así es. La educación es libertad.  

Damiana.





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