Por
era-del-Ser.
Vivimos tiempos tormentosos.
La sociedad mexicana se ve envuelta en unaespiral de información y de opiniones
autorizadas y espontáneas. Y eso es lo normal; quién que sea ciudadano mexicano
o que, siendo extranjero, radique en nuestro país, no siente la intensión de
verter su opinión sobre lo que sucede en nuestro entorno y de que se le
escuche, sobre todo porque son hechos que afectan la vida personal de los
ciudadanos, nuestro actuar cotidiano. Regiones enteras de nuestro país han
tenido que modificar sus costumbres de vida para protegerse de la violencia,
por ejemplo.
La reciente campaña
electoral, tan llena de irregularidades, y los últimos acontecimientos durante
la toma de poder de Enrique Peña Nieto han convertido al país en un volcán de
pasiones desatadas que, probablemente con las mejores intenciones, explayan sus
propias versiones de los hechos o el resultado de su análisis que de ellas se
hacen en cafés, cantinas, peluquerías, restaurantes y todos aquellos espacios que
nos van quedando para tratar de entender una realidad que cada vez resulta más
evidente: queremos que las cosas mejoren.
Y los espíritus se encienden
y los epítetos ofensivos nos brotan con folclórico fervor. Ofendemos a quien se
nos ponga enfrente y no opine igual a nosotros, no importa mucho de quién se
trate o si se lo decimos de frente o a las calladitas. Además contamos con
nuestras modernas herramientas tecnológicas que nos brindan un medio “anónimo”
(que ni lo es tanto) para dar rienda suelta a nuestras injurias. Así, podemos
ver páginas y páginas y páginas llenas de mentadas de madre que vuelan de un
lado para el otro en una verdadera guerra campal. La condición de las mamás o
las hermanas, la orientación sexual y otras linduras brotan a borbotones de los
teclados de cuanto aparato tecnológico nos lo permite. ¿Comunicación, qué es
eso? ¡Viva la libre expresión!
Lo que pocas veces
encontramos, y mucho menos estamos dispuestos a reconocer, son verdaderas
aportaciones que clarifiquen el escenario, opiniones que no son reactivas a los
hechos actuales, sino propositivas. Evidentemente incompletas y hasta absurdas
(¿quién puede tener una solución única y global para nuestros problemas?), pero
que intenten señalar un camino, indicar una ruta y no, simplemente, recriminar
el obstáculo. Y así se nos pasan los días y así se nos pasan los hechos.
Criticar el hecho actual, el de ayer ya lo recriminamos, ya pasó, y, de esta
manera, con el trabar la lucha cotidiana contra todo lo que no nos parece
(muchas veces con toda la razón, ciertamente) se nos va olvidando la historia y
comenzamos a hablar de la Reforma Laboral cuando aún están frescos los
cadáveres de la Guerra de Calderón o mientras se pudren en sus tumbas las
Muertas de Juárez sin encontrar culpable alguno. El chiste es la crítica actual,
la de moda.
¡Alto! Respiremos tres veces
profundamente y hagamos un alto. Pensemos: ¿a quién le conviene este río
continuo de informaciones, de sucesos, de luchas espectaculares, de verborrea
politiquera?, ¿a quién le conviene un pueblo permanentemente dividido e incapaz
de llegar a acuerdos?, ¿quién sale ganando? Platica poblano, mientras yo te
gano.
Hace más de doscientos años
que nos sacudimos el yugo español ¿y qué ganamos? Hace cien años vivimos una
Revolución ¿y en qué cambió la condición de nuestro pueblo? Hace doce años
sacamos al PRI de la presidencia de la República ¿y en qué salimos
beneficiados? Es hora de detenerse a pensar, a ver más detenidamente los
hechos, de dejar de seguir el juego de la manipulación que nos corretea y nos
corretea sin darnos apenas tiempo para nada y, por sobre todo, es hora de
renunciar al enfrentamiento entre mexicano y mexicano. Tarea nada fácil nos
espera, pero es hora de dejar el denuesto para pasar a la verdadera acción.
¿Qué tal durmió FCH?
(XVIII)
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