viernes, 14 de diciembre de 2012

Reflexión


Por era-del-Ser.

Vivimos tiempos tormentosos. La sociedad mexicana se ve envuelta en unaespiral de información y de opiniones autorizadas y espontáneas. Y eso es lo normal; quién que sea ciudadano mexicano o que, siendo extranjero, radique en nuestro país, no siente la intensión de verter su opinión sobre lo que sucede en nuestro entorno y de que se le escuche, sobre todo porque son hechos que afectan la vida personal de los ciudadanos, nuestro actuar cotidiano. Regiones enteras de nuestro país han tenido que modificar sus costumbres de vida para protegerse de la violencia, por ejemplo.

La reciente campaña electoral, tan llena de irregularidades, y los últimos acontecimientos durante la toma de poder de Enrique Peña Nieto han convertido al país en un volcán de pasiones desatadas que, probablemente con las mejores intenciones, explayan sus propias versiones de los hechos o el resultado de su análisis que de ellas se hacen en cafés, cantinas, peluquerías, restaurantes y todos aquellos espacios que nos van quedando para tratar de entender una realidad que cada vez resulta más evidente: queremos que las cosas mejoren.

Y los espíritus se encienden y los epítetos ofensivos nos brotan con folclórico fervor. Ofendemos a quien se nos ponga enfrente y no opine igual a nosotros, no importa mucho de quién se trate o si se lo decimos de frente o a las calladitas. Además contamos con nuestras modernas herramientas tecnológicas que nos brindan un medio “anónimo” (que ni lo es tanto) para dar rienda suelta a nuestras injurias. Así, podemos ver páginas y páginas y páginas llenas de mentadas de madre que vuelan de un lado para el otro en una verdadera guerra campal. La condición de las mamás o las hermanas, la orientación sexual y otras linduras brotan a borbotones de los teclados de cuanto aparato tecnológico nos lo permite. ¿Comunicación, qué es eso? ¡Viva la libre expresión!

Lo que pocas veces encontramos, y mucho menos estamos dispuestos a reconocer, son verdaderas aportaciones que clarifiquen el escenario, opiniones que no son reactivas a los hechos actuales, sino propositivas. Evidentemente incompletas y hasta absurdas (¿quién puede tener una solución única y global para nuestros problemas?), pero que intenten señalar un camino, indicar una ruta y no, simplemente, recriminar el obstáculo. Y así se nos pasan los días y así se nos pasan los hechos. Criticar el hecho actual, el de ayer ya lo recriminamos, ya pasó, y, de esta manera, con el trabar la lucha cotidiana contra todo lo que no nos parece (muchas veces con toda la razón, ciertamente) se nos va olvidando la historia y comenzamos a hablar de la Reforma Laboral cuando aún están frescos los cadáveres de la Guerra de Calderón o mientras se pudren en sus tumbas las Muertas de Juárez sin encontrar culpable alguno. El chiste es la crítica actual, la de moda.

¡Alto! Respiremos tres veces profundamente y hagamos un alto. Pensemos: ¿a quién le conviene este río continuo de informaciones, de sucesos, de luchas espectaculares, de verborrea politiquera?, ¿a quién le conviene un pueblo permanentemente dividido e incapaz de llegar a acuerdos?, ¿quién sale ganando? Platica poblano, mientras yo te gano.

Hace más de doscientos años que nos sacudimos el yugo español ¿y qué ganamos? Hace cien años vivimos una Revolución ¿y en qué cambió la condición de nuestro pueblo? Hace doce años sacamos al PRI de la presidencia de la República ¿y en qué salimos beneficiados? Es hora de detenerse a pensar, a ver más detenidamente los hechos, de dejar de seguir el juego de la manipulación que nos corretea y nos corretea sin darnos apenas tiempo para nada y, por sobre todo, es hora de renunciar al enfrentamiento entre mexicano y mexicano. Tarea nada fácil nos espera, pero es hora de dejar el denuesto para pasar a la verdadera acción.

¿Qué tal durmió FCH? (XVIII)

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