Hace un par de días se
anunció que Nicolás Maduro había sido elegido como el virtual nuevo presidente
de la República Bolivariana de Venezuela, en una contienda muy apretada con una
diferencia de apenas 1.59% (234,935 de votos); Capriles, por su parte y el
ejercicio de sus derechos democráticos y políticos exigió de manera muy airada
y hasta beligerante, que se realizara un recuento “voto a voto”[i] con el afán de “clarificar”
las elecciones.
A
estas alturas, la posición adoptada por el candidato derechista ha degenerado
en manifestaciones violentas, que según cifras oficiales, han dejado un saldo
de al menos siete personas muertes y 61 heridos[ii], cifra que sigue en
constante aumento conforme las horas pasan.
Sin
embargo, lo que llamó más poderosamente mi atención no fue el triunfo de Maduro
o la derrota de Capriles, –cosa que al menos visto desde fuera, era un acontecimiento
que ya se esperaba– sino la declaración vertida por la Organización de Estados
Americanos en la que se pronunció por un recuento de voto por voto; frase que
ineludiblemente nos remite dos de los episodios más frustrantes de nuestra
democracia mexicana. Allá por el dos mil seis y recientemente en el 2012.
Recordemos
que ambas elecciones fueron pura simulación democrática plagadas de sendas
prácticas fraudulentas y corruptas; si bien debemos admitir que el margen entre
los contendientes de la elección venezolana y sus pares de las dos elecciones
mexicanas no son comparables, es reprochable la posición asumida por los
Estados Unidos y la OEA al solicitar un recuento manual de votos en el caso del
país sudamericano cuando curiosamente el candidato virtualmente derrotado es de
filiación neoliberal, en contraste queda la completa complicidad y silencio
guardado por estas dos entidades cuando Andrés Manuel López Obrador exigía en
pleno uso de sus facultades democráticas un conteo voto por voto, casilla por
casilla.
En
aquél entonces ni la OEA ni el gobierno gringo respaldaron la petición del
candidato de las izquierdas mexicano a fin de “clarificar” las elecciones
mexicanas de 2006 y 2012. Me pregunto, mi querido lector ¿acaso la OEA hubiera
adoptado la misma pose “democratizadora” si el derrotado hubiera sido Maduro? o
en los casos de México, ¿qué hubieran dicho la OEA y los señores Bush y Obama si
López Obrador se hubiera perfilado como ganador de alguna de las dos últimas
elecciones mexicanas? ¿Hubieran dado la espalada a Calderón y a Peña si estos
en su frustración ante la derrota hubieran salido a las calles a exigir un
recuento comicial?
Y lo
más grave del asunto es que en México, y por lo visto en Sudamérica,
tradicionalmente se ha vinculado a los simpatizantes de las izquierdas con la
violencia y la desestabilidad social, recordemos que Calderón llamaba a AMLO “un
peligro para México”. Sin embargo en 2006 López Obrador tuvo a bien instalar un
plantón en Reforma y estrategias similares a fin de calmar los enardecidos
ánimos de millones de mexicanos que se indignaron con los resultados de
aquellas elecciones, cosa que de haber sido diferente, pudiera haber culminado
con un trágico derramamiento de sangre. Por el otro lado, la gente de Capriles,
en su frustración se han movilizado, no quiero decir que violentamente, pero
eso sí, con un afán desestabilizador a fin de causar temor y proyectar un clima
de ingobernabilidad del país venezolano. Vámonos dando cuenta de quienes son
los que verdaderamente están vinculados a la violencia. Vamos conociendo las
dobles morales del régimen neoliberal.
Ptolomeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario