por
era-del-Ser.
Es mucho lo que hay que
pensar sobre nuestra condición ciudadana. México no es un caso único, pero las
particularidades que aquí determinan la lucha social han servido para evitar la
evolución de la condición de nuestro pueblo. En doscientos años de vida como
nación independiente las condiciones en las que sobrevive una buena parte de
los mexicanos no ha cambiado en casi nada, y lo peor es que dicha situación no
muestra visos de mejoría. Es cierto que México cuenta ahora con ámbitos urbanos
que pueden darnos la engañosa apariencia de progreso y superación. Es cierto
que existen ciudades modernas con espacios y servicios modernos y cómodos. Es
cierto que ahora contamos con internet, con telefonía celular, con televisión
de paga, con escuelas en donde se puede obtener una educación bastante buena.
Es cierto que existen servicios médicos que ofrecen solucionar casi cualquier
problema de salud y acceso a medicamentos de nivel mundial. Pero también es
cierto que únicamente una muy reducida parte de la población mexicana puede
acceder a ese México para privilegiados. Es cierto que gran parte de la
población mexicana se enfrenta con problemas cotidianos para conseguir su alimentación,
para su educación y para su salud, problemas que parecen provenir de la misma era
de la Colonia.
Así,
en México, los progresos de unos cuantos privilegiados sólo han servido para
incrementar la dolorosa brecha entre las clases ricas y el resto de la
población. La mayoría de nosotros, si nos viéramos en la necesidad de enfrentar
una emergencia médica, tendríamos que sujetarnos a los rigores y angustias típicas
de la burocracia de las instituciones de la medicina social (IMSS, ISSSTE,
Seguro Popular…). Si nos viéramos en una emergencia económica la gran mayoría
de nosotros seríamos presa fácil de las empresas de la usura (Prendamex, Dinero
Fácil, Caja Libertad,…) que a últimas fechas se han incrementado como una plaga
dentro de nuestros espacios cotidianos. ¿Cuántas de éstas han aparecido cerca de
tu casa, en tu colonia, en tu barrio?; casas que ofrecen préstamos fáciles y
que terminan apoderándose de los escasos bienes de los necesitados que caen en
sus garras. Y ya ni pensar en ingresar en una de esas instituciones de
educación para privilegiados en donde el monto de una colegiatura serviría para
alimentar a una familia completa durante meses.
Nuestro
país es la tierra de los abismos. Nuestro país es el lugar de los
desencuentros. Hasta en la tragedia hay diferencias: no es lo mismo que maten a
50 o 60 mexicanos jodidos que terminan en la fosa común y, peor aún, con el
estigma de “delincuente” (séalo o no) y por lo tanto las autoridades ya ni se interesan en investigarlos, a que
maten al hijo de un político corrupto, de un poeta del clero o de algún
empresario deshonesto, a esos muertos nadie los tachará de “delincuentes” y sus
asesinos serán encontrados a como dé lugar.
¿Quién
es el responsable de nuestras desgracias, el gobierno, el PRI, la maestra
Gordillo, el clero, Televisa, los gringos? ¿Es posible someter a una población
de más de cien millones de seres humanos a los caprichos de un pequeñísimo
grupo de privilegiados? ¿Qué pasaría si mañana todos los mexicanos cancelamos
nuestro contrato con TELMEX y no lo renovamos hasta que nos ofrezca los
servicios que merecemos? ¿Qué pasaría si todos los mexicanos dejamos de comprar
carne hasta que nos la vendan con la calidad que merecemos y al precio justo?
¿O el huevo? ¿Qué pasaría si dejáramos de usar el transporte público hasta que
los concesionarios nos ofrecieran el servicio con la calidad a la que tenemos
derecho? ¿O canceláramos nuestro servicio de televisión de paga hasta que los
contenidos que ofrecen sean mejorados? ¿Cuántos mexicanos lo haríamos? ¿100,
1000, 10000, 100000, 1 millón? ¿Por qué no TODOS?
En
su libro Juárez de carne y hueso
Armando Ayala hace decir a Ignacio Comonfort, en una discusión con Melchor
Ocampo acerca de cómo lograr el desarrollo de una sociedad libre en México:
“Usted quiere cambios como en la revolución francesa […] pero debo recordarle
que el Francia fue el pueblo el que impuso los cambios y en México el pueblo no
es revolucionario […] En México habría que luchar no sólo contra las clases
privilegiadas sino también contra el pueblo que las defendería”.
También
Mariano Azuela, en esa maravillosa estampa de la revolución mexicana que es su
novela Los de abajo, vislumbra el
problema y pone en boca de Alberto Solís, un soldado filósofo y poeta de las
huestes de Natera, durante la batalla de la toma de Zacatecas: “Lástima que lo
que falta no sea igual. Hay que esperar un poco. A que no haya combatientes, a
que no se oigan más disparos que los de las turbas entregadas a las delicias
del saqueo; a que resplandezca diáfana, como una gota de agua, la psicología de
nuestra raza, condensada en dos palabras: ¡robar, matar! ... ¡Qué chasco, amigo
mío, si los que venimos a ofrecer todo nuestro entusiasmo, nuestra misma vida
por derribar a un miserable asesino, resultásemos los obreros de un enorme pedestal
donde pudieran levantarse cien o doscientos mil monstruos de la misma especie!
... ¡Pueblo sin ideales, pueblo de tiranos! ... ¡Lástima de sangre!”.
Y
ahora, querido lector, lo dejo con sus propias cavilaciones. Nos vemos la
próxima semana.
¿Qué
tal durmió FCH?
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