Es probable que últimamente,
querido lector, haya escuchado con frecuencia mencionar palabras como Monsanto,
transgénicos, OGM's (organismos genéticamente modificados) y demás. Puede
que asimismo se haya enterado de diversas manifestaciones de organizaciones no
gubernamentales y asociaciones ambientalistas como Greenpeace, así como de
diversos sectores de la sociedad civil en contra de la siembra de maíz
transgénico en territorio mexicano. De igual manera, estoy seguro de que usted
se ha percatado de un incremento generalizado en los precios de los alimentos,
cosa que ha lesionado su economía familiar. Pero, ¿qué diablos tiene que ver el
mentado Monsanto con la economía familiar? Por desgracia mucho más de lo
que se imagina.
Pero
para irnos entendiendo con mayor claridad vámonos despacio y empecemos por el
principio. Para comprender lo que es la soberanía, ineludiblemente
necesitamos entender primero lo que significa soberano; en el DRAE
encontraremos que soberano se define, entre otras acepciones, como: “Que ejerce o
posee la autoridad suprema e independiente”.
Por
lo tanto un estado soberano es aquel que ejerce o posee la autoridad suprema
e independiente; bajo esa óptica
para que México sea un estado soberano requiere “independizarse” en todos los
aspectos, incluso en su vida política y uno de los factores más fundamentales
que juegan a favor de una soberanía verdadera es la independencia alimentaria.
Un país que depende de otro para el suministro de sus propios alimentos jamás
será independiente.
En
el caso de nuestro país, esta cuestión no debería siquiera ser un tema de
discusión, porque si bien, la corrupción, el abandono agrícola y el asedio de
diversos productores de alimento del extranjero son factores que han agobiado
severamente a nuestro campo, México cuenta con una capacidad productiva
agrícola tan envidiable que no sería necesario recurrir a los productos de
importación ―al menos en materia alimentaria― y todo esto gracias a que
contamos con virtudes tremendas como riqueza de suelo, variedad de ecosistemas,
variedad de zonas climáticas pero, sobre todo, con una hermosa destreza campesina de tradición milenaria.
Uno
podría pensar: ¿Quién le va a venir a enseñar a los mexicanos como trabajar
la tierra? Tal como si uno dijera: ¿Quién le va a enseñar el
padrenuestro al Papa? Pues resulta que no; resulta que en México somos tan
“ineptos” para producir maíz que (según el INEGI) en los últimos diez años se
han incrementado en más de cuatrocientos por ciento las importaciones de dicho
producto[i],
en su mayoría provenientes de los Estados Unidos.
¿Cómo
es esto posible? ¿En México? ¿En el país con mayor riqueza y variedad de tipos
de maíz en el mundo? ¿En esta tierra nuestra en la que el maíz es literalmente
el pan o mejor dicho la tortilla de todos los días? Pues temo decirle que así
es e, incluso, es altamente probable que las tortillas que consuma en su comida
de hoy estén hechas de maíz americano y no mexicano.
Entonces,
el problema es que México cada día es más dependiente de la producción
extranjera para alimentar a sus habitantes ¿Y cómo sucede esto si se supone que
hay leyes que limitan y regulan la importación de alimentos para evitar golpear
la producción nacional? Pues la pregunta se responde sencillamente con una sola
palabra: corrupción.
Para
entender esto debemos hacer notorio que todo producto extranjero que ingrese al
territorio nacional con fines comerciales deberá de pagar un arancel; es decir,
un impuesto que, por su naturaleza, tiende a desmovilizar y contener las
importaciones a fin de que la producción interna se vea favorecida frente a
este tipo de productos.
En
este marco, ciertos sectores empresariales inescrupulosos se asocian con
políticos corruptos a fin de inventarse tretas
para justificar la eliminación de aranceles a ciertos productos y, en
consecuencia, incrementar el flujo de productos extranjeros al interior del
país. Este tipo de tretas se ocultan detrás de “epidemias aviares o porcinas”, “plagas” y “sequías” que
exterminan los cultivos, y un sinfín de triquiñuelas más.
No
quiero decir con esto que, por ejemplo, las sequías que se presentan en el
norte del país con frecuencia no sean un hecho real, claro que existen, sin embargo
las consecuencias no son solo culpa de condiciones climatológicas adversas sino
fundamentalmente del abandono de campo por parte de las autoridades que al no
implementar, digamos, tecnologías y sistemas agronómicos más eficientes, al no
invertir en el campo, promueven la muerte de las cosechas. El mismo caso va
para las fiebres en pollos o puercos; los virus que las provocan son reales;
sin embargo, la propagación descontrolada de la enfermedad es responsabilidad
no de los ganaderos sino de las autoridades agrarias que no promueven campañas
preventivas de vacunación.
En
fin, el caso es que tras estas catástrofes
agroalimentarias sobreviene ineludiblemente un aumento en el precio de los alimentos, precisamente por la insuficiencia
de los mismos; lo que eventualmente degenera en descontento social y en la demanda popular de suficiencia
alimentaria y disminución de los precios. Bajo este esquema tramposo los
políticos se ven “obligados” a quitarle los aranceles a los alimentos
extranjeros ―sobre todo los provenientes de E.E.U.U―, dejando una tremenda
derrama económica para los productores americanos ―y por ende para los políticos
corruptos y cómplices― y, en contraste, se va agravando cada vez más la crisis
en el campo mexicano y sus productores.
Tristemente
no todo para aquí, una nota “periodística” que vi por televisión esta mañana me
ayudó a comprender mejor cómo funciona la avanzada “intervencionista” de los
Estados Unidos en contra de diversas naciones subdesarrolladas en lo que a
temática alimentaria se refiere; por ello, me parece importante reproducir
dicha nota, para contrastar con mayor contundencia el discurso oficial contra lo que verdaderamente está sucediendo; para
aquellos que quieran corroborar la nota encontrarán el video en el siguiente
enlace[ii],
veamos:
Primero
Finanzas con Enrique Campos: 16 de Mayo de 2013.
Enrique
Campos habla sobre las medidas que se han tomado ante los altos precios en
alimentos, en algunos casos muy por arriba de la inflación general.
Carlos,
vámonos con los temas económicos. Y lo que sí es una realidad es que los precios de la comida siguen subiendo
y esto por supuesto es un problema
social importante. Ya son varios
meses en los que la inflación de los
alimentos está muy por arriba de la
inflación general, pero bueno, pues es hasta ahora que el tema saltó a la atención
de la opinión pública y por lo tanto las autoridades decidieron tomar medidas
que impactan precisamente a ese nivel. La
apertura de las fronteras a algunos productos como el tomate verde, el
limón, el pollo, sí puede impactar en el
precio porque genera expectativas positivas de mayor oferta entre los
consumidores y expectativas negativas de
mayor competencia entre los productores locales. Esta salida es buena en la medida que sea temporal, lo que
realmente tiene que suceder es un cambio de tecnologización del campo no sólo con mejores sistemas de riego y
tractores más modernos sino también con la adopción de semillas más productivas y más resistentes que hoy son una
realidad, son seguras y de empleo exitoso en muchas partes del mundo y
claro que al campo le faltan muchas inversiones, porque ya no quedan dudas,
Carlos, de que en la alimentación si no se toman las medidas adecuadas puede
ser un asunto de seguridad nacional y,
si no, ahí están los precios. La inflación como un foco de alerta en este tema
Carlos.
¿Acaso
no le ha parecido tremendamente descarado este discurso “noticioso”? ¿Acaso no
le reafirma con increíble contundencia lo que le acabo de plantear? ¿Precisa
usted de más argumentos? Pues aquí van para los que son reacios a razonar.
En
su artículo “Mentiras y verdades sobre el maíz transgénico”[iii],
Greenpeace México hace un abordaje
veraz y argumentado de todos los mitos que rondan al maíz transgénico, de los
cuales, voy a aplicar algunos a la “noticia” previa, a fin de demostrar que la
siembra del maíz transgénico en México, más allá de ser una alternativa para
abatir el hambre y reactivar el campo, es solo una medida “intervencionista”
que pone en riesgo nuestra autonomía alimentaria y con ello nuestra
independencia como país, y todo con el puro afán de hacer dinero:
El
señor Enrique Campos asume que para solucionar la crisis agroalimetaria en
México “lo que realmente tiene que suceder es un cambio de tecnologización del
campo [...] también con la adopción de semillas más productivas y más resistentes”
y, sin decirlo explícitamente, nos hace pensar en las semillas genéticamente
transformadas: los transgénicos, como los que intenta “cultivar” Monsanto en
nuestras tierras.
A
esto Greenpeace dice:
Mito:
Brinda beneficios económicos
Realidad: Por el contrario, compañías
como Monsanto ofrecen préstamos a campesinos pobres para que compren sus caras
semillas transgénicas. Al final los campesinos terminan con deudas y se ven
forzados a adquirir más préstamos. Ya sea por comprar semillas o por contaminación
"accidental" cientos de productores estadounidenses se han visto
forzados a pagar millones de dólares. Y dado que las semillas transgénicas no
tienen los altos rendimientos que prometían, lo único que hacen es enganchar a
los productores a paquetes tecnológicos más caros y dañinos para la
biodiversidad.
Mito: Ayudará a reducir el
hambre.
Realidad: El hambre es un problema
de distribución y de falta de recursos. Son demasiadas las personas que no
pueden tener acceso a los alimentos básicos, no porque haya escasez de estos,
sino porque no tienen suficientes ingresos para ello. Las semillas transgénicas
no están diseñadas para resolver el hambre del mundo sino para producir
ganancias para las corporaciones.
Por
otra parte, el señor Campos dice que este tipo de semillas son seguras, a lo
que rebatiré con el siguiente fragmento:
Mito: Es seguro para el medio
ambiente.
Realidad: Gran parte del maíz
transgénico es del tipo Bt que fue
manipulado para producir un insecticida que ataca al gusano barrenador europeo,
pero también perjudica a otros insectos que ayudan a controlar plagas, entre
ellos la mariposa monarca. Esta toxina se acumula en los suelos de cultivo y
por lo mismo podría afectar su fertilidad a largo plazo.
Mito: Es seguro para la alimentación
humana.
Realidad: La industria
biotecnológica se ha negado a hacer pública la información vital que demuestra
los problemas para la salud humana por el consumo de alimentos transgénicos.
Científicos han revelado que Monsanto omitió reportar efectos negativos serios,
como los signos de toxicidad en los órganos internos de las ratas.
Hasta
el momento el uso de semillas transgénicas no es seguro ni para el consumo, ni
para el medio ambiente. Por último, el periodista de televisa se aventura a
aseverar que este tipo de semillas son “de empleo exitoso en muchas partes del
mundo.” Cosa que demuestra a las claras una tremenda desinformación o un
sospechoso afán de engaño pues
Greenpeace argumenta:
Mito: Es imposible detener la
tecnología transgénica
Realidad: Hasta ahora la mayoría de
los transgénicos se cultivan solo en cuatro países: Estados Unidos, Argentina,
Canadá y Brasil. Otros países se han opuesto a su cultivo. A más de una década
de sus inicios, la industria biotecnológica no ha logrado imponerse, debido a
todos los riesgos ambientales, económicos y de salud que conlleva y a que no
resuelve ningún problema del campo. En México, a pesar de que en 2009 se
aprobaron las siembras experimentales de maíz transgénico, el rechazo a esta
tecnología entre campesinos, consumidores y científicos independientes es
creciente.
Hasta
la fecha no existe comercialmente
ninguna semilla genéticamente transformada que resista sequías o cambios
climáticos drásticos; en cambio las semillas transgénicas han sido diseñadas
con el objetivo de monopolizar el cultivo de alimentos. Cuando un campesino
siembra una semilla transgénica y mezcla las parcelas con cultivos naturales de
la misma semilla ―en este caso el maíz―, el cultivo transgénico contamina a los otros cultivos y estos
últimos eventualmente mueren; del mismo modo el cultivo transgénico infertiliza el suelo por medio del uso
de agro-químicos que impiden que cualquier otra semilla germine en el mismo
suelo. Por si todo esto fuera poco, las semillas transgénicas que produce
Monsanto solo fructifican una vez; es decir, el campesino no podrá emplear ese
grano para una nueva siembra porque es infértil; lo que le obligará a comprarle
a Monsanto más semilla para volver a sembrar. Negocio redondo, ¿no?
Y el
giro agroalimetario representa un negocio tan jugoso que millonarios como Bill
Gates, Rockefeller, y empresas como Monsanto y Dupont se han unido para crear
un banco de semillas en Noruega a fin de captar todas las especies vegetales
del mundo y conservarlas para su eventual venta y explotación ante lo que ellos
predicen como un “holocausto alimentario[iv]”.
¿Coincidencia?
Por
otro lado, el alza del precio del limón es algo que llamó aparte mi atención y
me trajo a la cabeza a los campesinos de la Ruana y Buenavista Tomatlán en
Michoacán que imploran, con todo derecho, que se les deje trabajar en paz y
sembrar limón sin el fustigante yugo del narco sobre sus cabezas que los obliga
a producir enervantes. Ante la negativa y muestra de dignidad popular, los
sicarios ejecutan a los campesinos e incendian empacadoras de limón en total
impunidad[v].
También
está el caso de los grupos delictivos en el norte de México dónde ya no se
dedican solamente a traficar con drogas, sino ahora también se ponen a robar
toneladas de granos y semillas a los productores agrícolas[vi].
Parece ser que la consigna es dejar en crisis a la industria agroalimenticia
nacional.
A
todo esto, coincido en dos puntos con el señor Enrique Campos: sí, en efecto,
es necesaria una “tecnologización” del campo, pero el asunto no puede ir por la
implementación de transgénicos en nuestras tierras porque dicha medida
entregaría por completo nuestra independencia alimentaria al corporativismo
gringo y, en segundo lugar, efectivamente “si no se toman las medidas adecuadas
puede ser un asunto de seguridad nacional”, solo que, contradictoriamente, las
medidas que está tomando el gobierno federal están comprometiendo la seguridad
de México como nación soberana.
Son
múltiples los frentes por los que se está atacando la independencia de nuestro
país, sin embargo la soberanía alimentaria es un punto neurálgico que no
podemos descuidar pues hacerlo significa entregar la patria en charola de plata
a los mezquinos intereses de la inescrupulosa clase de empresarios neoliberales
del imperialismo. Un pueblo hambriento es un pueblo sometido.
Ptolomeo.
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