miércoles, 19 de septiembre de 2012

Lo que mal comienza, mal acaba.


Para Ruy 5algado, el 5anto.
Te extrañamos, te necesitamos.

El pasado 15 de septiembre por la noche, como ya es tradición, se asomó el representante del ejecutivo federal, para emular y rememorar la arenga de Independencia que Don Miguel Hidalgo y Costilla profirió allá por 1810 en Dolores Hidalgo. Esta vez, en su último grito de Independencia, el señor disque presidente, (pero eso sí muy espurio y muy usurpador) Felipe Calderón, asistió a la conmemoración del inicio de la gesta independiente, se le vio bastante pusilánime, el pasito redoblado y saltarín, el portecillo chiquito pero garboso y beligerante, el seño adusto y desafiante no le acompañaron en esta ocasión, a leguas se le notaba, mi querido lector, que no quería estar ahí, caminaba constreñido como si el peso de un fardo colosal se cerniera sobre sus hombros ¿Qué sería aquello? ¿Las más de 80, 000 almas a las que les privó de la existencia? ¿La vengativa espada de Damocles que colgaba de un tenue cordel que ya no podía sostenerla por mucho tiempo más? ¿O acaso sólo sería una tremebunda resaca que no lograba “curársela” con nada?

El quid, es mi querido lector, que si Calderón estuvo allí fue por puro trámite; muy probablemente hubiera querido quedarse en cama con un vaso de licor, mirándose al espejo y jugando a los soldaditos. ¿Acaso ya sabía lo que encontraría al asomar su calva y espejuelada cabecita a la Plancha del Zócalo capitalino? ¿Quién sabe? Cogió la bandera con sus manos manchadas de un rojo que no lava ni el más efectivo detergente que el dinero pueda comprar, esa bandera mexicana, que año tras año le queda más grande, como si el “hombrecillo” se encogiera cada vez más, esa patria gigantesca que se lo fue comiendo, esa banda presidencial que ya portaba como una envolvente toga por lo grande que le venía, la llevaba casi a rastras.

En fin, salió y a mi parecer, nada pudo contenerle de mirar una plaza media vacía, o media llena según lo quiera usted mirar; a decir de la voz oficialista fue la lluvia la que dispersó a las masas ardorosas que querían acudir al zócalo a vitorear al “presidente” Calderón, cosa que en los años que tengo de memoria a mí también me dejo un poco sorprendido pues nunca había visto cosa igual, y mire que lluvias en la noche del grito ha habido muchas, y yo dudo mucho que esta haya sido la peor . Luego los haces de luz Láser se “pasearon” por su cara con una pertinaz insistencia vapuleando las arengas ya de por si diezmadas, los gritos de “¡Viva!” ya muy apagados por el rotundo clamor que abajo resonaba vituperando contra Calderón. “Asesino” le llamaban, “Fraude” coreaban las no pocas voces, mentadas de madre, señales obscenas, pancartas pequeñas, mantas gigantes constituían un cuadro inusitado en la historia mexicana, o al menos en lo que yo recuerdo señor lector.

Llegó el punto en que el protocolo le exigía al señor “presidente” clamar “¡Viva México!” y la muchedumbre rabió: “Sin PRI”; una vez más lo mismo, y otra más y en ningún grito Calderón se desgarró las cuerdas vocálicas como era muy su gusto en éstos menesteres en los años precedentes, tañó la campana y ondeó la bandera y en ningún instante el rayo Láser de desprecio dejó de cegarle la mirada a él, a su esposa y a los invitados que departían junto a él espectáculo desde el otrora balcón presidencial y en el ahora recién instaurado balcón de la ignominia.

Televisa, como buen esbirro del régimen Calderonista hizo lo propio, editó el audio de la muchedumbre para evitar la propagación del verdadero grito, evitó al máximo hacer paneos de cámara en las zonas despobladas del zócalo, que muy a pesar de las industrias implementadas para ello, se apreciaron en la misma transmisión oficial las luces Láser, las áreas vacías de la plancha, y tan pronto terminó el ondeo del lábaro patrio, momento en que según la tradición nos tiene ya tan acostumbrados, a presenciar a través de las pantallas de televisión el espectáculo pirotécnico brevísimo a diferencia de otros años, la transmisión se cortó para dar paso a las preliminares del Box.

La protesta se replicó en innumerables plazas estatales y municipales en todo lo ancho de nuestra tierra mexicana, y también al día siguiente durante los desfiles militares. El desconsuelo, el descontento, el resquemor, la exigencia justiciera y libertaria reinaron por primera vez en mucho tiempo las fiestas que en esta ocasión bien merecieron el nombre de “patrias”, porque se hizo patria a pura fuerza de movilización popular; se antepuso nuestro deber cívico y nacionalista sobre nuestra “urgencia” de festividad.
Felipe ya se va, dejando un rastro horrible de sangre, inseguridad, desempleo, crisis, miedo, odio, hambre, pobreza, injusticia e indignidad; nunca logró legitimarse como tanto le urgía hacerlo, nunca logró ser el presidente del empleo que tanto promulgó durante su campaña, tampoco fue el “valiente” que dice ser por enfrentarse al problema del narcotráfico y la delincuencia organizada, que lejos de resolver agravó y detonó un terrorífico caos, de sangre y plomo. Nunca logró posicionarse en el afecto y en la aprobación de los mexicanos, nunca´fue aceptado, y ahora que se va se va, tal como llegó, por la puerta de atrás, pero eso sí, para entrar por la puerta grande al salón de la infamia de la política nacional.

Cuando se robó el cargo muy a la de “a huevo” en aquel primero de diciembre de 2006, en medio de empellones, mentadas de madre, gritos empujones, en un cerco de seguridad inédito que convirtió al Palacio Legislativo en un verdadero Bunker, se puso la banda presidencia mientras la campal se armaba en el pleno de sesiones para sonreír para la foto y luego salir de nuevo por la parte de atrás; justo del mismo modo se va, entre gritos de fraude, (el que lo instauró y el que él maquino para imponer a otro no menos espurio que él) se va en medio de madrazos, de mentadas de madre, en medio de rechiflas y odio general. Calderón como perro solovino y solo se va.

Bien se dice que lo que mal inicia, termina mal, muy mal. A Calderón nadie lo quiso y sin que nadie le quiera, se va. Ahora es Enrique Peña el que inicia su “régimen” y lo empieza aún más mal; si a Calderón le ha pasado todo esto, imaginen lectores queridos,  la que le espera al señor de los abundantes copetes y de las nulas luces intelectuales; si supiera lo que le espera, no se la va acabar; El pueblo mexicano no quiere Enrique, ni le querrá jamás.
Ptolomeo

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