Para
Ruy 5algado, el 5anto.
Te extrañamos, te necesitamos.
Te extrañamos, te necesitamos.
El pasado 15 de septiembre por la noche, como ya es tradición, se asomó
el representante del ejecutivo federal, para emular y rememorar la arenga de
Independencia que Don Miguel Hidalgo y Costilla profirió allá por 1810 en
Dolores Hidalgo. Esta vez, en su último grito de Independencia, el señor disque
presidente, (pero eso sí muy espurio y muy usurpador) Felipe Calderón, asistió
a la conmemoración del inicio de la gesta independiente, se le vio bastante
pusilánime, el pasito redoblado y saltarín, el portecillo chiquito pero garboso
y beligerante, el seño adusto y desafiante no le acompañaron en esta ocasión, a
leguas se le notaba, mi querido lector, que no quería estar ahí, caminaba
constreñido como si el peso de un fardo colosal se cerniera sobre sus hombros
¿Qué sería aquello? ¿Las más de 80, 000 almas a las que les privó de la
existencia? ¿La vengativa espada de Damocles que colgaba de un tenue cordel que
ya no podía sostenerla por mucho tiempo más? ¿O acaso sólo sería una tremebunda
resaca que no lograba “curársela” con nada?
El quid, es
mi querido lector, que si Calderón estuvo allí fue por puro trámite; muy
probablemente hubiera querido quedarse en cama con un vaso de licor, mirándose
al espejo y jugando a los soldaditos. ¿Acaso ya sabía lo que encontraría al
asomar su calva y espejuelada cabecita a la Plancha del Zócalo capitalino?
¿Quién sabe? Cogió la bandera con sus manos manchadas de un rojo que no lava ni
el más efectivo detergente que el dinero pueda comprar, esa bandera mexicana,
que año tras año le queda más grande, como si el “hombrecillo” se encogiera
cada vez más, esa patria gigantesca que se lo fue comiendo, esa banda
presidencial que ya portaba como una envolvente toga por lo grande que le
venía, la llevaba casi a rastras.
En fin, salió y a mi parecer, nada pudo
contenerle de mirar una plaza media vacía, o media llena según lo quiera usted
mirar; a decir de la voz oficialista fue la lluvia la que dispersó a las masas
ardorosas que querían acudir al zócalo a vitorear al “presidente” Calderón,
cosa que en los años que tengo de memoria a mí también me dejo un poco
sorprendido pues nunca había visto cosa igual, y mire que lluvias en la noche
del grito ha habido muchas, y yo dudo mucho que esta haya sido la peor . Luego
los haces de luz Láser se “pasearon” por su cara con una pertinaz insistencia
vapuleando las arengas ya de por si diezmadas, los gritos de “¡Viva!” ya muy
apagados por el rotundo clamor que abajo resonaba vituperando contra Calderón.
“Asesino” le llamaban, “Fraude” coreaban las no pocas voces, mentadas de madre,
señales obscenas, pancartas pequeñas, mantas gigantes constituían un cuadro
inusitado en la historia mexicana, o al menos en lo que yo recuerdo señor
lector.
Llegó el punto en que el protocolo le exigía al
señor “presidente” clamar “¡Viva México!” y la muchedumbre rabió: “Sin PRI”;
una vez más lo mismo, y otra más y en ningún grito Calderón se desgarró las
cuerdas vocálicas como era muy su gusto en éstos menesteres en los años
precedentes, tañó la campana y ondeó la bandera y en ningún instante el rayo
Láser de desprecio dejó de cegarle la mirada a él, a su esposa y a los
invitados que departían junto a él espectáculo desde el otrora balcón
presidencial y en el ahora recién instaurado balcón de la ignominia.
Televisa, como buen esbirro del régimen
Calderonista hizo lo propio, editó el audio de la muchedumbre para evitar la
propagación del verdadero grito, evitó al máximo hacer paneos de cámara en las
zonas despobladas del zócalo, que muy a pesar de las industrias implementadas
para ello, se apreciaron en la misma transmisión oficial las luces Láser, las
áreas vacías de la plancha, y tan pronto terminó el ondeo del lábaro patrio,
momento en que según la tradición nos tiene ya tan acostumbrados, a presenciar
a través de las pantallas de televisión el espectáculo pirotécnico brevísimo a
diferencia de otros años, la transmisión se cortó para dar paso a las
preliminares del Box.
La protesta se replicó en innumerables plazas
estatales y municipales en todo lo ancho de nuestra tierra mexicana, y también
al día siguiente durante los desfiles militares. El desconsuelo, el
descontento, el resquemor, la exigencia justiciera y libertaria reinaron por
primera vez en mucho tiempo las fiestas que en esta ocasión bien merecieron el
nombre de “patrias”, porque se hizo patria a pura fuerza de movilización
popular; se antepuso nuestro deber cívico y nacionalista sobre nuestra
“urgencia” de festividad.
Felipe ya se va, dejando un rastro horrible de
sangre, inseguridad, desempleo, crisis, miedo, odio, hambre, pobreza,
injusticia e indignidad; nunca logró legitimarse como tanto le urgía hacerlo,
nunca logró ser el presidente del empleo que tanto promulgó durante su campaña,
tampoco fue el “valiente” que dice ser por enfrentarse al problema del
narcotráfico y la delincuencia organizada, que lejos de resolver agravó y
detonó un terrorífico caos, de sangre y plomo. Nunca logró posicionarse en el
afecto y en la aprobación de los mexicanos, nunca´fue aceptado, y ahora que se
va se va, tal como llegó, por la puerta de atrás, pero eso sí, para entrar por
la puerta grande al salón de la infamia de la política nacional.
Cuando se robó el cargo muy a la de “a huevo”
en aquel primero de diciembre de 2006, en medio de empellones, mentadas de
madre, gritos empujones, en un cerco de seguridad inédito que convirtió al
Palacio Legislativo en un verdadero Bunker, se puso la banda presidencia
mientras la campal se armaba en el pleno de sesiones para sonreír para la foto
y luego salir de nuevo por la parte de atrás; justo del mismo modo se va, entre
gritos de fraude, (el que lo instauró y el que él maquino para imponer a otro
no menos espurio que él) se va en medio de madrazos,
de mentadas de madre, en medio de rechiflas y odio general. Calderón como perro
solovino y solo se va.
Bien se dice que lo que mal inicia, termina
mal, muy mal. A Calderón nadie lo quiso y sin que nadie le quiera, se va. Ahora
es Enrique Peña el que inicia su “régimen” y lo empieza aún más mal; si a
Calderón le ha pasado todo esto, imaginen lectores queridos, la que le
espera al señor de los abundantes copetes y de las nulas luces intelectuales;
si supiera lo que le espera, no se la va acabar; El pueblo mexicano no quiere
Enrique, ni le querrá jamás.
Ptolomeo



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