A veces, uno tiene la
impresión de que la historia no deja de repetirse una y otra vez,
constantemente, de forma casi disciplinada y planeada. Sí, nosotros los
mexicanos conocemos bien esa historia repetitiva, que insiste en permanecer,
con otros rostros, con otros nombres pero, al parecer, siempre con la misma
intención: mantener un status quo que
beneficia a unos cuantos y mantiene a otros “en orden” y luchando por la
estabilidad.
Hoy
iba a comenzar mi artículo semanal hablando del dolor y de la importancia de ir
más allá de nuestras fronteras y entendernos como humanos. A raíz de los
acontecimientos recientes sobre el conflicto palestino-israelí. Creo que no
tengo más que decir en este momento que enviar mi más sentido pésame a cada
nación, a las personas que viven el horror de la guerra y el dolor. Creo que el
dolor, el “daño colateral”, no debe estar justificado jamás, tengamos la
nacionalidad que tengamos, y que mexicanos, chinos, españoles o lo que sea,
debemos reflexionar y condolernos con el dolor, porque el dolor es humano. Y es
tan terrible el dolor de unos como el de otros, no hay diferencia.
Sin
embargo, luego de decir esto, he de voltear nuevamente mis ojos a México. Aquí,
ciertamente, vivimos una masacre, producto de las acciones y las políticas de
unos cuantos, de sus ideas sobre lo que debe ser. Quizá la opinión
internacional no ha estado tan pendiente de México como lo ha estado de otros
países y conflictos, pero eso, al final, no es lo importante. Lo que los medios
difunden, no debiera ser la verdad común, la verdad no puede establecerla
nadie.
El
tema que decidí tratar, porque además de estar más fresco, es importantísimo
tratar, es el del Buen Fin. Lo trato en el marco del conflicto de Gaza y de la
“guerra contra el narcotráfico”, porque creo que en la medida en que los
hombres aprendamos a reflexionar sobre cosas tan inocuas como una estrategia
comercial para incentivar la economía, algún día, quizá, la historia deje de
repetirse, y podamos vivir en paz, sin dolor y sin llanto.
Desde
el viernes, el tráfico en la Ciudad de México comenzó a servir como amenaza de
lo que serían los siguientes días. Trayectos que se recorren en determinado
tiempo, empezaban a ser recorridos a veces hasta en el doble gracias a la
euforia común por “estrenar”. Y en los almacenes, lo que hasta hace una semana
eran artículos de lujo para la mayoría de las personas, este fin de semana se
convirtieron en artículos de primerísima necesidad, tanto que quienes los
adquirieron estaban dispuestos a hacer filas larguísimas y soportar horas de
tráfico con tal de tener lo que deseaban. Y no, no era que se acercara una
hecatombe o que tuviéramos encima una amenaza de carestía, era el Buen Fin y
había que comprar, lo que fuera y a como diera lugar. En las calles, era posible ver a familias
enteras que llegaban, cargando a los pequeños, vistiendo pants —quizá porque
comprar ya es una especie de deporte— y a bordo de un Taxi que los llevaría a
casa cargando una pantalla gigante que pagarían a 48, 60 0 100 meses sin
intereses, entre más, mejor. Y claro, con una cara de satisfacción y felicidad
que hacía pensar que de verdad aquello debería ser algo maravilloso. El Buen
Fin regalaba la ilusión de que lo que era inalcanzable la mayor parte del año,
estaba por fin al alcance de todos, aunque se tuviera que empeñar la cartera
durante años. Muchos, incluso, aún sin poder pagar lo del Buen Fin del año
anterior, volvían a empeñar la cartera. Total, ya se acerca la Navidad y la
familia debe estrenar, darse un gustito.
Y
bueno, sí, está padrísimo estrenar una pantalla nueva, quizá para ver en
versión agigantada a los personajes preferidos de las telenovelas de Televisa,
o a los comediantes del momento aventándose sus mejores chistes, o a las
conductoras de los muy enriquecedores programas de revista de las televisoras
nacionales, o quizá, armar la comida familiar alrededor de la maravillosa televisión
para ver el futbol, ¿pero qué hay detrás de todo eso? Con esos tamaños, la
televisión cada vez se acerca más no sólo a convertirse en el centro de la
casa, sino en la divinidad misma del hogar, subida en un altar, pues tiene el
poder de sustraer del sufrimiento y hasta dictar lo que los hombres debemos
hacer. Sin embargo, debido a que no se ve más allá del momento, para muchos
mexicanos es difícil entender qué diablos es el Buen Fin en realidad y a quién
beneficia.
La
estrategia comercial no necesariamente beneficia al consumidor. La forma en que
se promueve busca convencerlo de que así es y que le otorga beneficios que en
su calidad de mayoría, difícilmente podría gozar. Pero detrás de ese espíritu
de compartir y poner al alcance de todos sus artículos, las tiendas en realidad
aprovechan la oportunidad para endeudar de por vida al consumidor con sus
pequeños pagos que nunca termina de hacer y éste, creyendo que al fin tendrá lo
que desea, no duda en pagar de esa manera por los productos. Así es, la
estrategia acaba impulsando primero a las tiendas departamentales y cadenas
comerciales, dándoles liquidez y permitiéndoles vaciar sus almacenes para
llenarlos de nuevo, y luego a los bancos. Lo cual, por su puesto, es una forma
de incentivar la economía, aunque no necesariamente la economía de todos, sino
la de quienes se encuentran en esferas sociales más privilegiadas o cómodas, y
que no necesitan “meses sin intereses” para pagar por artículos de lujo que
para ellos son artículos cotidianos, que no representan ningún esfuerzo para
ser adquiridos. ¿Qué sentirían esas personas que llegan en taxi y se van en
taxi si supieran esto?
La
verdad, dudo mucho que les importe, en ese momento, lo que quieren es la tele,
gastar, gastar como si en eso se les fuera la vida, porque gastar le hace a uno
sentir que tiene poder. La ilusión, el olor de lo nuevo tienen un carácter tan
especial, tan embriagador, que bien valen hacer el sacrificio que sea
necesario. Si no pudimos ver que votar por un gobierno represor y corrupto o
ser indiferentes ante su llegada era un peligro social, seguramente ver que
gastar sin medida y sin poner atención, puede significar nuestra esclavitud, la
incapacidad de progresar y movernos de verdad de donde estamos, es lo menos
importante.
Y
así, parece que a pesar de lo que sea, por desgracia, siempre habrá en los
pueblos de todas las naciones, una masa moldeable que rara vez sabe lo que
quiere, que responde a impulsos publicitarios y estrategias mercadológicas; que
es capaz de empeñar el alma con tal de tener lo que los medios le han dicho que
se debe tener para ser respetable.
Damiana
Y seguimos en las mismas, no queremos ver mas alla de lo que nos pintan.
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