martes, 13 de noviembre de 2012

Vencer para hacer el bien


“La historia la escriben los vencedores”, reza el viejo dicho. Y sí, ciertamente los vencedores son quienes más empeño ponen en que la historia se escriba a su manera, aunque la historia no necesariamente coincida con la realidad. Pero los vencedores no son necesariamente quienes habrían de “hacer el bien”, sino simplemente quienes tuvieron más fuerza, más inteligencia, recursos, o simplemente las condiciones necesarias para imponer su voluntad y ejercer su poder.  

Los mártires, las víctimas, los vencidos, también escriben la historia, aunque a veces no puedan hacer un cambio profundo en su realidad inmediata, aunque a veces su martirio, su lucha o su drama sea apenas el comienzo de un cambio a futuro. Para que un paradigma colapse definitivamente, harán falta muchos intentos, muchos pequeños cambios, muchas acciones continuas, a la manera de una guerra hormiga. Sin embargo, no puedo evitar pensar que quienes queremos cambiar las cosas, quienes luchamos por un mejor presente y con ello un mejor futuro, debemos poder hacer algo. No se puede, ni se debe vivir siendo una víctima, un mártir. Eso no hará una gran diferencia, pienso a veces. Es necesario aprender de los tiranos y de los vencedores lo que es necesario hacer para llevar el bien a donde debe estar. ¿Qué hacer entonces? ¿Es válido imponer “el bien común”?

¡Tremenda paradoja! Imponer el bien es justamente la manera de convertirse en tirano. En cuanto alguien comienza a escribir la historia “a su manera”, a imponer su voluntad, es más que seguro que el bien común ha quedado atrás. Rousseau decía que la fuerza no es una garantía de paz porque cuando la fuerza se impone siempre habrá una posibilidad de que una fuerza mayor pueda desplazarla. Para él, el contrato social, a diferencia de lo que pensaba Hobbes, debía establecerse entre hombres libres, no entre personas que entregaran sus derechos a cambio de protección y seguridad, de supervivencia. Pero para que eso pueda ser realidad deben tomarse en cuenta dos importantes conceptos: el derecho y el deber.

Sobre la historia de mi país y el quehacer que nos ocupa en este espacio, es imposible no mirar los acontecimientos más recientes: el fraude electoral de 2012. ¿Cómo será recordado? ¿La historia lo escribirá como un fraude o como la victoria de una clase política? Quienes “vencieron”, ¿seguirán empeñándose en escribir día a día una página que borre lo que pasó, lo que en verdad vivimos miles de mexicanos? Pensamos que la voluntad general es la que manda en una democracia y, en cierto modo, así es, pero confundimos voluntad general con la voluntad de la mayoría. La voluntad general, recordando de nuevo a Rousseau, es la voluntad según la verdad y no necesariamente la voluntad de las mayorías. La voluntad general no  puede nacer sino en el seno de la libertad, y la libertad no puede existir sino en la responsabilidad, asimismo la responsabilidad no puede ejercerse sin información y sin crítica. Solo así es posible concebir un contrato social entre ciudadanos y gobierno: en el seno de la libertad. Por ello, si el soberano desatiende la voz de la voluntad general y se manifiesta contrario al bien común, aunque haya conseguido hacerse con el poder por los medios que fueren, o incluso ganarse el favor de la mayoría, deja de representar al pueblo, porque su poder no está a favor del bien común.

Pero, ¿qué podemos hacer ahora? Yo sigo creyendo que es necesario aprender, que necesitamos aprender incluso de quienes no queremos aprender. Y eso no significa que debamos aprender artimañas y trucos, formas de imposición, sino que debemos aprender a prevenirlas, que debemos aprender a no dejar que sucedan nunca más y, sobre todo, que debemos, por todos los medios a nuestro alcance, mantener viva la memoria y escribir la historia en conjunto, mostrar todas las aristas que ésta tiene. La historia, ciertamente, no es lo que está en un libro, no es lo que dicta una clase gobernante, no es nada más lo que cuentan unos cuantos. La historia es la suma de las visiones y las voces que compartieron una realidad. Y si esas voces callan, si esas visiones no se comparten, la historia queda incompleta. La historia es la única fuente de aprendizaje que tenemos. Quienes vivimos hoy este capítulo de la historia de nuestro país, tenemos la obligación de compartir nuestra visión y usar nuestra voz.

La voluntad general, el bien común, la libertad, el derecho y el deber, solo serán posibles en la medida en que no dejemos de reflexionar ni un solo día, en que no dejemos de aprender, incluso en medio del dolor y de la oscuridad, y quizá más en esos momentos. Sí hubo un fraude. No podemos ni debemos olvidarlo, hacerlo es condenarnos a repetir una y otra vez la misma historia. No dejemos que las voces de los medios de comunicación, de las campañas institucionales nos convenzan de que todo está bien y de que debemos trabajar a favor del bien común. Es cierto, debemos trabajar a favor del bien común, pero sin olvidar que el bien común no es necesariamente lo que dice la mayoría. Nadie puede llamarse a sí mismo poseedor de la verdad sin que con ello corra el riesgo de convertirse en un tirano. La única manera que tenemos de encontrar la verdad es trabajando profundamente en nosotros mismos, es esforzándonos no por conservar las cosas como están, por conservar la estabilidad, sino por encontrar la verdad que rara vez es lo más cómodo. La verdad, quizá por eso es tan valorada, no puede dárnosla nadie, no puede escribirla nadie, solo es posible acceder a ella trabajando, levantando mareas, tormentas y, si es necesario, echando abajo todos nuestros paradigmas.
Damiana.

1 comentario:

  1. denuncien fraude del vih
    www.disidenciadelsida.blogspot.com
    nos envenenan con eso

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