por
era-del-Ser.
En los últimos días de su
mandato, en junio de 2012, Calderón Hinojosa declaraba en entrevista con el
periódico El País: “No temo ser
llevado al tribunal de La Haya”. Conoce su culpa y ha preparado el escenario de
su impunidad; parte de este escenario lo formaron las gestiones realizadas por
su gobierno ante el gobierno de los Estados Unidos para otorgar inmunidad —léase
impunidad— a otro expresidente mexicano: Ernesto Zedillo Ponce de León, acusado
ante la justicia norteamericana por la matanza de Acteal. De esta manera Felipe
Calderón preparaba su propia salida impune al impedir el precedente de que las
víctimas puedan solicitar justicia ante un gobierno externo debido a que la
corrupción en el sistema de impartición de justicia mexicano hace imposible
esto en nuestro país. Si la justicia norteamericana se declara incompetente en
el caso de Ernesto Zedillo Ponce de León es seguro que obrará de la misma
manera en el supuesto de una demanda contra Felipe Calderón Hinojosa.
En
una democracia tan “a la mexicana” como la de nuestro país en donde los
políticos le deben sus puestos a los famosos “poderes fácticos” y no al voto de
la ciudadanía, en donde un puesto público es usado mayormente como trampolín
para escalar a un puesto mejor o igual, no importa, con tal de seguir cobrando
del erario público y sin ninguna responsabilidad, aunque esto implique cambiar
de partido político y de ideología y estrategia políticas con una facilidad y
desfachatez impresionante (el pueblo los conoce como los “chapulines
políticos”) y con una sociedad corrupta y comodina, acostumbrada a las dádivas
gubernamentales y a la que no le interesa exigir una rendición clara de cuentas
a sus los dirigentes, estos seguirán haciendo lo necesario para mantener un
Sistema perfectamente probado que les permite saberse impunes e intocables
evitando siempre cualquier tipo de pago o reclamo por las consecuencias de sus
actos y desmanes. Un gobierno sin ningún tipo de límites.
En
un sistema político como el nuestro en donde la figura de la reelección no
existe ni parece cercanamente posible, el político estará más atento a ganarse
el favor de quien lo haya puesto en su cargo (sea un partido político, un grupo
empresarial, la delincuencia organizada o el mismo Gobierno Federal) a fin de
asegurarse la permanencia dentro del círculo político sin importarle realmente
las necesidades de la ciudadanía. Así, en un sistema viciado de origen, en
donde el voto ciudadano no elige a sus representantes, ni a sus dirigentes, ni
a sus líderes (recuérdese que durante setenta años el voto ciudadano no elegía
ni al Presidente de la República, que era elegido por el famoso sistema del “dedazo”,
y bueno, qué decir de las últimas elecciones federales) se asegura que los
grandes beneficios caigan siempre del mismo lado de la ecuación: del lado del
Poder, sólo entre unos cuantos privilegiados (que siempre son los mismos) y la
ciudadanía, ese enorme 92% de la población del país en donde cabemos casi todos
nosotros, termina obteniendo únicamente algunos beneficios esporádicos y
marginales. El resultado de décadas acumuladas de permanencia del corrupto
sistema político mexicano: cincuenta y dos millones de pobres (52’000,000), el
46.5% de los mexicanos (casi la mitad de la población total del país), contra
sólo once (sí, leyó bien, sólo 11) millonarios mexicanos que aparecen dentro
del listados emitido por la afamada revista Forbes, equivalente al 0.00001% de
la población total del país.
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