Hoy tengo ganas de contarles un chiste. Quizá
ustedes ya lo hayan escuchado, creo que a mí me lo han contado varias veces en
diferentes versiones. Resulta que un alcalde mexicano se hace amigo de uno
suizo. Éste último lo invita a pasar unos días en su casa para intercambiar
impresiones sobre lo que es gobernar en uno y otro país y, ¿por qué no?, pasar
también un buen rato y conocer sus tradiciones. Al llegar a la propiedad del
alcalde suizo, el mexicano, impresionado por el lujo y la comodidad de su colega
se permite preguntarle cómo hizo para conseguir lo que tiene. El alcalde suizo
contesta al mexicano: “¿ves ese puente?” a lo que el mexicano responde que sí,
con convicción y curiosidad. “Pues el 5% de lo que generó está aquí”, contesta
el suizo. Así, obra pública tras obra pública, el suizo va dando cuenta al
mexicano de cómo hizo para amasar su fortuna. En reciprocidad por su atención,
el mexicano invita al suizo a su país, a su casa. Cuando el suizo llega se
queda verdaderamente impresionado por el lujo y suntuosidad de la propiedad del
mexicano quien, en medio de un pueblo desolado, posee la mayor parte del cerro
que conforma aquel lugar. El suizo inmediatamente le pregunta cómo hizo para
lograr todo aquello, a lo que el mexicano responde con otra pregunta: “¿ves
aquél puente?”. “No, no veo ningún puente”. Pues todo lo que costó ese puente
está aquí.
¿Cómico? Sí, está
comiquísimo. La corrupción mueve al mundo pero a nosotros nos mueve de una
forma que resulta trágica. Aquí las cosas se hacen para salir beneficiado, no
para cumplir con el objetivo con que originalmente fueron planeadas. En nuestro
país lo importante no es hacer bien lo que nos toca, sino salir beneficiado.
Todo lo justificamos porque el de al lado sacó una tajada más grande. Así, lo
que pudo haber sido tan simple como cumplir con un trabajo y salir beneficiado,
se convierte en una cadena de cosas mal hechas que, a fuerza de ser repetidas
una y otra vez, se transforman en costumbre y cambian diametralmente nuestro
código de valores. ¿Quién no recuerda esa famosísima frase electoral “Roba pero
al menos hace algo”? ¡Suena fatal! Lo peor es que tiene todo el sentido del
mundo viendo cómo están las cosas a nuestro alrededor. Lo que debía ser un
asunto especial, algo totalmente fuera de la norma, acaba convirtiéndose en lo
normal, en lo acostumbrado. Así, no es extraño por ejemplo que en la
gasolinera, en lugar de hacer bien su trabajo y ganar más clientes haciéndolo,
los empleados busquen la manera de robarle al cliente, al patrón y a quien se deje,
porque al fin y al cabo su patrón ya les robó desde antes y si no fue el
patrón, entonces fue el gobierno; el patrón por su parte, sabe lo que hace su
trabajador pero se hace de la vista gorda porque el sueldo ínfimo que le paga,
en comparación con su ganancia, compensa su abuso. En una palabra: la
corrupción es el aceite que da movilidad a la maquinaria económica. ¿Por qué?
Porque estamos acostumbrados a eso, porque hemos hecho regla lo que es
excepcional. ¿Será posible revertir el proceso?
Damiana
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