jueves, 20 de diciembre de 2012

Reforma educativa II


Con el fragmento antes analizado inicia Enrique Peña Nieto su propuesta de reforma educativa. Todo esto, dice, debe realizarse:
[…] en el marco de los principios enunciados por el propio mandato: el laicismo, el progreso científico, la democracia, el nacionalismo, la mejor convivencia, el aprecio y respeto por la diversidad cultural, por la igualdad de la persona y por la integridad de la familia […]  
Temo, sin embargo, que ostenta una doble moral quien evidentemente no se rige por los principios que, por un lado, se pone a predicar y, por el otro, denigra a grado de pura y llana demagogia. Es mucho lo que en el campo del “progreso científico” se halla a la intemperie; con equipos caducos en muchas instancias universitarias; con impedimentos miles para quienes desean estudiar carreras universitarias; con una reducción de presupuesto cada año al rubro de la educación.
Y, ¿quién habla de “democracia”?, ¿aquél que está llegando de un fraude electoral?, ¿aquel cuyo gobierno e imposición enarbolan la muerte de la democracia? En fin, que el “nacionalismo” no será su fuerte. Según el diccionario de la RAE, el “nacionalismo” es el “Apego de los naturales de una nación a ella y a cuanto le pertenece”. Poco apego debe tener la nación que regala sus recursos a las empresas extranjeras, que es incapaz de defender la tierra salvo honrosas excepciones, que tan poco conoce su riqueza cultural. No culpo de ello al individuo de a pie —que, no obstante, una buena parte de culpa debe tener— sino, sobre todo, a aquellos que en se han encargado de formarlo, de educarlo en la indiferencia y el desapego.
Ah, sí; hablábamos de que una “buena convivencia” no puede establecerse en el marco de una sociedad tan grandemente disímil. Véase que la desigualdad social y la falta de oportunidades generan choques y confrontaciones entre los miembros de una comunidad. No se trata de “proles” que “sólo critican a quienes envidian”, por citar a la ya “célebre” Paulina Peña; sino de personas que tienen, igual que otras, el derecho a vivir dignamente; a comer todos los días, a salir a buscarse la vida en un trabajo que les satisfaga y los haga felices.
Insisto, por otra parte, en que nuestro país se encuentra, de norte a sur, tapizado de pequeñas poblaciones indígenas que han sido abandonadas por sus habitantes y que, a falta de oportunidades, ha debido emigrar a otros países en busca de lo más elemental: comida. De las 89 lenguas indígenas que se registran en México; son 19 las que se encuentran en números rojos; esto es, en franca extinción. Habrá que preguntarle a un lingüista lo que la pérdida de una lengua significa en los diversos ámbitos de la historia de una sociedad. Las tradiciones, las cosmovisiones, los mismos caracteres genéticos, se pierden con las poblaciones indígenas. Se trata de un exterminio sistemático y terrible que asola a nuestra patria desde hace no poco tiempo; repito: en el marco de una formación social, una educación indiferente y desapegada, con nulo “aprecio o respeto por la diversidad cultural”.
La integridad familiar” no puede, asimismo, respetarse en una sociedad en que los padres deben abandonar a sus hijos, trabajar de sol a sol, para poder cubrir sus necesidades básicas, en donde se valúa el trabajo en 7 pesos la hora. No es posible hablar de “igualdad” en un país donde hay niños que deben trabajar como recolectores de materiales reciclables en los basureros para contribuir con el gasto familiar y, niños también, cuyos zapatos se compran en el extranjero en alrededor de 15, 000 pesos o más —véase otra vez el caso de la ya “célebre” Paulina Peña—.
Termina nuestro presidente impuesto la introducción de su propuesta de reforma educativa con que “la justicia social demanda: una educación inclusiva que conjugue satisfactoriamente la equidad con la calidad en la búsqueda de una mayor igualdad de oportunidades para todos los mexicanos”. Leo esto y me siento francamente burlada.
Es evidente que la “justicia social” reclama eso y más; reclama, en primer lugar, verdadera democracia; reclama igualdad de oportunidades reales, no demagogia; reclama que no se vean más niños limpiando parabrisas bajo el rayo del sol; reclama que la hija del presidente no se autoproclame “princesa” como una provocación descarada a la pobreza que nos asola y una gran falta de respeto a nuestra historia. Reclama que, en efecto, la educación pueda brindarnos las herramientas que requerimos los seres humanos para desarrollarnos individualmente y ser, al mismo tiempo, útiles a la sociedad. La justicia social reclama, antes que todo, el respeto a los derechos humanos y las garantías individuales.
Habla de justicia social quien se impone mediante la violencia. Habla de justicia social quien representa un régimen de la desigualdad, quien es apadrinado por la cara siniestra de la devaluación, la extorción y el fraude. Habla de nacionalismo quien comenzó su mandato rematando PEMEX, quien es sospechoso de asesinar a su esposa, quien salió huyendo de una universidad porque no era bienvenido, quien de hecho no es bienvenido en ningún rincón de México. Habla de justicia, de convivencia social, quien se asume como responsable de las violaciones y las golpizas, los asesinatos cometidos en San Salvador Atenco. Habla de justicia social el “presidente de telenovela”, el que impuso mediante una sucia y millonaria campaña una televisora involucrada con el narcotráfico; el que deja la gubernatura del Estado de México con una cifra de feminicidios que supera la de Ciudad Juárez y en manos de cinco carteles de droga; el que deja, pues, el estado más violento de México.
Des Consuelo.

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