sábado, 12 de enero de 2013

De víctimas y reformas


El nuevo presidente ha asumido el cargo con reformas en mano. Hay una gran crisis en el país y pareciera que la demagogia es la solución a todos nuestros problemas. Antes de la toma de posesión se pasó la reforma laboral de la que muchos trabajadores ni se enteraron. Leí una vez en un estatus de las redes sociales algo así como: “Mis padres pertenecen a una generación que sin hacer ningún esfuerzo gozaron de todas las conquistas y logros que históricamente el pueblo había ganado, luego las han ido perdiendo por apatía e indiferencia y ahora juzgan y condenan a los jóvenes por tratar de defender lo que aún queda”. En realidad sólo he hecho una paráfrasis que quizá no es exacta en todo y sin embargo la reflexión primordial está allí. Siéntase aludida la generación a la que se refería el joven que así reflexiona; esa generación, ciertamente, que hoy goza de los mejores empleos en la burocracia, que en un una o dos décadas se jubilará, y que frunce el seño cuando se le habla —lo mismo da— del #132 o de Tlatelolco. Ah, sí, la generación —por cierto— que se ha escandalizado escuchando la historia de los jóvenes universitarios vándalos sin importarles que sus hijos sean de la rodada.
Lo cierto es que la laboral se aprobó primero propinando un fuerte zarpazo a los jóvenes que llegaron tarde a la repartición de las bases y plazas de la burocracia. Sinceramente me sorprendió la educativa, esperaba primera la iniciativa de la energética; no obstante nos pasaron la educativa. El castigo ya no fue para los alumnos sino para los maestros, responsabilizándolos en todo del rezago del que México ha sido víctima desde hace años, quitándoles sus garantías laborales, reforzando con ello la reforma laboral. Hay que observar que ya desde hace años esto de las “estrategias educativas” ha ido en detrimento de los maestros. El niño se ha vuelto un ente intocable en todos los sentidos. Intocable incluso en su intelecto, tanto que el ir de mal en peor lleva a cuestionar los métodos “revolucionarios” que se copiaron al extranjero. Copias al fin de cuestas. Copias, insisto, sin más mérito que ser exitosas para otros países. Que me digan si los niños mexicanos tienen la misma idiosincrasia que los franceses, ingleses, estadounidenses o zuecos. ¿Por qué entonces habrían de funcionar aquí sus métodos?
La última de las reformas de la demagogia politiquera mexicana es la que dejó pendiente Calderón, la de la llamada “ley de víctimas”. A este respecto han señalado varios personajes —entre ellos la señora de Wallace tan decepcionada de la política mexicana— que se trata de una iniciativa por muchas y variadas deficiencias; una de las que me llamó más la atención es que en caso de que, en efecto, se resarza el daño a la víctima de una manera económica, saldría el dinero contante y sonante de nuestros impuestos. Esto implica, claro está, que en ese caso debería crearse una especie de “fondo de resarcimiento de víctimas del delito”; si aunado a esto agregamos que los trámites para obtener el beneficio son harto engorrosos y que, según las palabras de muchos, re victimizan al solicitante y que, además, podría demandarse el apoyo para “compensar” tanto en asesinato o secuestro como la pérdida de un teléfono celular; pues, si agregamos todos estos factores nos da como resultado una nueva fuente de corrupción. Las verdaderas víctimas quedan fuera de la jugada porque se les puede ir la vida tramitando el apoyo. Otros personajes, en complicidad con la “ley”, estarían en la capacidad de demandar el apoyo fingiéndose víctimas de cualquier cantidad de delitos. Al final el dinero público es el que se paga por los delitos de los criminales. ¿De dónde saldría?, se pregunta usted. Nada más hay que ver las obscenas cantidades de dinero que se incautan cada año a los narcotraficantes y demás delincuentes y de las que nadie da cuenta nunca. Debería además garantizarse que las víctimas lo sean en realidad. Cuántos recursos de distintos programas se van quedando en las manos equivocadas.
Des Consuelo.

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