Hace ya tantos años que
México, este mi país querido, intenta superar sus ancestrales problemas
sociales sin jamás lograrlo. Generaciones de mexicanos han vivido y
desaparecido sin haber tenido jamás la más leve esperanza del anhelado cambio,
del justo enrutamiento hacia el verdadero progreso nacional que brinde
oportunidad a todos los habitantes de este país de superar su eterna tragedia.
Más de dos siglos después de terminada la colonia las condiciones
sociales en nuestro país no han logrado mejorarse sustancialmente. Estamos
condenados a ver cómo países como Japón (dañado inconmensurablemente hace 60
años en la Segunda Guerra Mundial) o Corea (sumido en la miseria por una guerra
ocasionada por su división de su territorio en Corea del Norte y Corea del Sur después
de la misma SGM) han salido adelante, superando y rebasando el nivel de vida de
los mexicanos. Estos son sólo dos ejemplos de cómo países mucho más pequeños
que México, y que cuentan con menos recursos, han superado su postración para
convertirse en potentes economías mundiales.
¿Pero, qué pasa con México y con los mexicanos que no
logramos salir del subdesarrollo jamás? ¿Hay en México alguna condición sine qua non que impida el desarrollo
del país? ¿O es que los mexicanos adolecemos de alguna tara específica de
nuestra civilización que justifica nuestra incompetencia para superar nuestros
eternos problemas?
Si nos ponemos a leer un poco de nuestra historia (cosa que
recomiendo ampliamente para poder valorar los cambios en nuestro país, aunque
también, seguro, os harán pasar algunos corajes) nos daremos cuenta de que en nuestro
país las cosas siempre han cambiado para no cambiar. En México, la lucha en las
élites políticas se ha dado la gran mayoría de veces por la adjudicación del Poder
y por su conservación a ultranza. Muy pocas veces los actos de los círculos
políticos mexicanos están encaminados al desarrollo de la sociedad; de esta
suerte, el mexicano promedio no ha conocido jamás un modo diferente de
supervivencia que el de esperar las dádivas de los políticos o los militares,
que también ostentaron el poder político en el país durante algún tiempo.
Y es que, díganme la verdad, ¿no les da envidia una noticia
como esta?:
El
ex primer ministro italiano y presidente del club Milan, Silvio Berlusconi, fue
condenado hoy a 4 años de cárcel por un
delito de fraude fiscal en la compraventa de derechos de películas en el
llamado caso Mediaset.
Con
esta decisión el Tribunal de Apelación de Milán confirmó la sentencia emitida
en primera instancia por este mismo caso el 26 de octubre de 2012.
Claro, esa es Italia, es otro mundo, lejano, muy muy lejano,
no ya en distancia sino en evolución social. Y ¿qué pasa si la comparamos con
esta otra?:
México
pidió a Estados Unidos que en el caso de la demanda civil que se presentó en
contra del expresidente Ernesto Zedillo por el caso Acteal, se respetara la
inmunidad legal que acompaña a los Jefes de Estado aún después de haber dejado
su encargo.
Reforma
dio a conocer la carta que el embajador de México en Estados Unidos, Arturo
Sarukhan, envió a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, para advertir que
si una corte de Estados Unidos juzgara al expresidente mexicano se violaría la
soberanía nacional y se afectaría la relación entre ambos países.
Claro, este es México, un lugar en donde las relaciones de
amistad y compadrazgo trascienden la búsqueda de la justicia en una pérfida relación
de “te doy, me das”; “te protejo, me proteges”; en donde los ciudadanos de a
pie siempre terminamos perdiendo. Hágame usted el refregao favor.
Y hasta aquí le dejamos por esta vez. Lo dejo con sus
cavilaciones y, por si acaso, vaya por unas pelis de terror para pasar la noche
por si esto le quitó el sueño.
¿Qué tal durmió FCH?
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